«Aunque seamos una Gloria, vamos a demostrar seriedad y la categoría de esta hermandad». Eran las palabras de Pedro Juan, el párroco de Omnium Sanctorum antes del inicio de la procesión de la Reina de Todos los Santos, iniciada previamente con un rezo. Pidió a los hermanos una oración en algún momento de la procesión para pedir por la paz en el mundo.
Todo estaba preparado, cuidado al detalle, como es costumbre en esta corporación. Los hermanos querían hacerse la foto delante del paso, que renuevan año a año como recuerdo de la salida.
A las seis en punto abrían las puertas de la parroquia, con un lleno absoluto en la calle, sin nada que envidiar a como si fuese Semana Santa y ante un cielo un poco nublado que impedía la salida del sol. Antonio Santiago y su hijo sacaban el paso en una complicada maniobra ante la atenta mirada de los asistentes. Tejera, en su hermandad, tocaba el himno nacional y la marcha ‘Reina de Todos los Santos’.
Caía la tarde muy pronto, apenas dio tiempo de presenciar a la Virgen de día, pero sí con la calle de la Feria con el alumbrado navideño colocado. El paso, andando y sin detenerse andaba de frente para girar a Relator, antes de uno de los momentos más esperados, el pasaje González Quijano, muy estrecho, con una gran bulla, bendita bulla, y un rincón único para el deleite de los presentes, una calle donde apenas hay barrio, pero donde la Reina de Todos los Santos mantiene la esencia.
Salía por Peris Mencheta. Ahí pudo admirarse a la Virgen alumbrada de manera fantástica con ese foco colocado desde un balcón para alumbrarla, una tradición perdida y menos vista en la actualidad en esta procesión, con el fin de dar más luz a la imagen porque son varias las zonas del casco antiguo con una iluminación pobre. No faltaron esos pétalos a la Virgen desde ese mismo hogar en forma de plegaria de esos devotos que dieron las gracias de ese modo a la hermandad.
La Virgen cruzó la Alameda al otro lado del casco antiguo, a la zona más lejana de la feligresía, pasando por la casa sacerdotal, la calle Hombre de Piedra o Santa Clara, con la torre de San Lorenzo al fondo.
Hubo quien siguió con la Virgen y hubo quien quiso esperarla en los alrededores de su casa, con vaso en mano en establecimientos sevillanos como el bar Guadiana, de los que desgraciadamente quedan menos.
A las nueve de la noche la Reina de Todos los Santos volvía a cruzar la Alameda para regresar a casa después de una salida donde recorrió una parte de la feligresía a la que llevaba tiempo sin visitar.
Pasadas las diez de la noche concluyó la salida de una de las imágenes en mayúscula no solo de las glorias, sino de toda Sevilla, de una hermandad a la que no le importa pasar por zonas con poca estética para una procesión porque antes que nadie ya estaba la Reina de Todos los Santos en el barrio de la Feria.
Acabaron los cultos, pero no la vida en una hermandad de la que no cesa en ningún momento del año. Ahora les toca embarcarse en el gran proyecto, eso sí, sin prisa y sin pausa, de la reforma de un paso que cuenta con piezas del XVIII, XIX y XX, una joya auténtica de Sevilla, como así lo es esta imagen que viene evangelizando desde el siglo XVI.