NUEVE puntos por encima, el Getafe de Pepe Bordalás llega esta tarde a un polvorín con nombre propio, estadio Ramón Sánchez Pizjuán. Nunca llegó a Nervión el equipo madrileño así, que nueve puntos no son ninguna fruslería. Y el problema es que llega a un campo minado por las circunstancias que se dan en la yerba y en la moqueta, en el equipo y, lo peor de todo, en un club asaeteado desde fuera y tambaleante dentro.
Es hora ya de que el Sevilla gane de la mano de Diego Alonso, ya que en caso contrario, no será un estadio de fútbol sino un polvorín que puede emponzoñar la tarde de forma alarmante. La defenestración continental ha sido el penúltimo petardo de una traca que ya ni se recuerda cuándo arrancó. Y ahora, cuando la fe en Diego Alonso ya es sólo cosa de la incondicionalidad más absoluta, hasta se preguntan en voz alta por qué se prescindió de José Luis Mendilibar tan precipitadamente.
La cita de esta tarde se antoja vital y con una sola salida, la de ganarle a una tropa que se caracteriza por la desagradabilidad que impone su patrón. Con Bordalás resulta complicado vivir una tarde placentera y no está este Sevilla como para meterse en más tribulaciones. Por ello es absolutamente necesario que la grada se olvide de pendencias domésticas y sople de popa para que el equipo se impulse en pos de la primera victoria a las órdenes de Diego Alonso.
Paralelamente, la enfermería continúa repleta y la sensación de escaqueo ha añadido un fantasma más. Dijimos el otro día que cuando el triunfo escasea, la enfermería se puebla y sobre ese aspecto abundó Sergio a la vuelta de Lens. No dio nombres, pero con sus declaraciones lo deja blanco y en botella. Demasiadas complicaciones en una hora de máximo riesgo, por lo que sería conveniente aparcar pelillerías y agarrar al Getafe por donde se pueda, que el tiempo vuela.